Pedazos de una historia ajena
“Pedazos de una historia ajena
como si se tratara de algo que había hallado
por casualidad.”
Comprobó que su corazón latía sólo a causa de su belleza. Una cruel coincidencia. Alguien más sabe lo mismo que yo: una locura.
Tristeza.
Dos hombres huían, no sabía por qué. Algo delicado y prohibido. Sonriendo con una algarabía que, por lo familiar, le resultó repentinamente incómoda.
El sabor. El saber. El dolor. Pensaba en la muerte y pronunciaba su nombre: las dos cosas al mismo tiempo. “El adentro”, le dijo en más de una ocasión, “no existe, sino afuera y en el presente”. Una flor es una flor. Por primera vez guarda silencio. Supuso que con él conocería el dolor y la felicidad, y ninguna de las dos cosas amedrentó su deseo.
La historia:
Hay mucho tiempo, hay todo un mundo de tiempo, dentro de esa mirada. Después. Ésta es la historia de como un hombre está siendo tocado por la muerte. Más allá del cuerpo: la luz. La cual ya estaba, desde el inicio, muerta. Con esa indiferencia por lo real. El sonido del sol en su cenit. El sonido del aire que todo lo vacía, que todo lo despuebla. El sonido de nubes en flor.
Sólo lo que no se puede recordar no se olvida. Todo esto dentro de una habitación. Todo esto manejado por un eco. Melancolía. Es el tipo de melancolía que, más tarde, me hará vomitar; que es otra manera de decir tu muerte.
—El viene del desierto.
El hombre o la mujer sólo existirán, en sentido estricto, después.
Mi silencio. El mal. El desvanecimiento.
Todo empieza en realidad por querer saber. Más. De más. Al inicio. Pero esto es lo que se ve: dos cuerpos inmóviles y el espacio que existe entre uno y otro. La voz de la muerte misma.