en este lugar, los angeles y los demonios tienen el mismo tamaño...comen del mismo plato y comparten las alas para volar

Thursday, March 16, 2006

Demonio de antes de Abril


Pablo nunca más volvió a ver a Lucía. Nunca más volvió a saber de ella tampoco. Aquella noche se quedó sólo en casa de los Torres, fingiendo un fuerte dolor de cabeza. Y estaba tumbado en un diván, en la pequeña sala de la casa, escribiéndole por fin un millón de pormenorizados textos mentales a Cielo, allá en Lima. El ruido manso del mar se dejaba escuchar por la puerta y las ventanas abiertas que daban a la playa y el muy loco pensaba contar de todo y contarlo todo en su carta. Finalmente, las semanas, los días, las horas y los momentos vividos en Piura eran importantísimos y allá en Lima Cielo comprendería que de ahí en adelante las cosas iban a ser mucho más fáciles para los dos. Sí, Cielo tenía que comprender eso.
Tenía que comprender hasta lo de Lucía porque ella nunca se había reído de sus problemas y porque gracias a ella habían desaparecido las mujeres más bellas del mundo,y las mujeres calatas y las empapadas y las que tenían culos y tetas y muslos y pantorrillas, sí, eso exactamente, pero además y todavía esa chica mayor y piurana le había enseñado para toda la vida que, siempre y cuando sean graciosos y divertidos, siempre y cuando te hagan reír aunque después te hagan llorar, los ángeles son de sexo femenino.

Y seguía adelante la carta mental y no logró saber muy bien que había en el amor que no hubiera en la amistad y viceversa, porque el ruido como de pasos, ahí a su lado, apestaba tremendamente a ron. Era un tipo desconocido, tambaleante, sonriente y Pablo lo observaba desde el diván.

El tipo de presentó como el Borrachito Marcos y tardó tres tentativas de carcajada, dos digresiones, varios hipos y sus consecutivos silencios sin explicarle que simple y llanamente se había equivocado de casa, de puerta, de sala, de diván, de amigo y de todo. Después empezó a hablarle un rato sobre la luna de Paita y Pablo comprendió por fin que el Borrachito tenía intenciones de irse en su camioneta hasta Paita y que lo estaba invitando.

Lucía debía estar bailando en el salón de la ciudad y Pablo se dijo por qué no, iré a Paita con el Borrachito, aunque claro, antes había que brindar y para eso el Borrachito Marcos tenía que encontrar su camioneta. Dudó varias veces de dirección y se confundió también varias veces de camioneta pero, cuando por fin encontró la suya, Pablo descubrió un balde con hielo bastante derretido y dos botellas de ron sobre el asiento. Colocó el balde en el suelo, se acomodó y soportó varias miradas sonrientes y desconcertadas del Borrachito. Abría y cerraba los ojos, lo volvía a mirar, le preguntaba qué hacía en su camioneta, por fin como que lo reconocía y le proponía un brindis a pico de botella. Una hora más tarde arrancó el motor, avanzó hasta la carretera y manejó de memoria hasta Paita, botella en mano.

Pablo brindó por Lucía durante todo el trayecto y descubrió que el Borrachito era la persona ideal para contarle lo que le había pasado en Piura y muy particularmente en Colán. Escuchaba a Pablo con santa paciencia, sin curiosidad por averiguar el nombre de nadie ni nada y sus únicas interrupciones consistían en brindar una vez más por lo que sea y en olvidarse por completo de la carretera para voltear a mirarlo entre sonriente y sorprendido detenerlo ahí. Excitado, bebiendo cada vez más, Pablo le preguntaba a cada rato si realmente lo estaba escuchando, si entendía algo de todo lo que le estaba contando, si le importaba o no, carajo. Pero el Borrachito Marcos siguió exacto y Pablo sólo se dio cuenta de que sí, de que lo había escuchado, entendido, comprendido y sabe Dios cuántas cosas más, cuando al entrar al puerto el borrachito le dijo:

- Aquí con la luna ya completas tu experiencia. Yo creo que es lo que le estaba faltando a usted, doctor.

Casi se caen los dos, al bajarse por su respectiva puerta, y después Pablo se limitó a seguir a su desconocido amigo hasta que entraron y se sentaron en un bar del puerto de Paita en que la luna estaba ahí.

- Guá - dijo el Borrachito-, me dirás a mí que ya la viste antes en otro sitio del mundo. Pues yo te digo que no, mi hermano.

Pablo le dijo que estaba totalmente de acuerdo, y éste diálogo, repetido al infinito, fue todo lo que necesitaron decirse los dos borrachos aquella noche. Otra cosa, eso sí, era el diálogo que Pablo mantenía con la luna o a lo mejor ni siquiera con la famosa luna sino consigo mismo. Y es que, reconociéndolo todo y estando de acuerdo con su amigo y con el mundo entero, la luna ésta, no le caía simpática. Muchas copas después la luna no tenía gracia alguna, no lo divertía. Más tarde era una luna demasiado segura de sí misma y que jamás en su vida había estado un sólo instante ausente de su belleza. Dos copas más y se fue de bruces al suelo al tratar de aferrarse a Lucía.

A Colán regresaron de memoria, Pablo hablaba y hablaba durante todo el camino y el Borrachito como que tomó conciencia de que también él había bebido más de la cuenta hasta para un día de carnaval. Pero aún así se repitió mil veces que él era un caballero a carta cabal y cumplió la difícil misión de ayudar a Pablo a encontrar la casa de los Torres.

La familia en pleno lo esperaba con el alma en vilo y el señor Torres, que acababa de venir de Piura por el fin de semana, casi mata al nuevo compadre de Pablo, por más que éste le explicara que se había equivocado de casa, de puerta, de sala, de diván y de amigo y que bueno, que sí, aceptaba que él podía doblarle la edad a Pablo pero que también era verdad que no había estado tan borracho cuando partieron y que en Paita sólo Pablo se había emborrachado de verdad, que él más bien le había estado mostrando la luna y lo había estado cuidando, vigilando. Después, sí, eso lo reconozco señor Torres, debió agarrarme un aire en el camino, un aire que me emborrachó hasta el punto de decidirme a traer a Pablo.

- Fue el aire, señor Torres, con su perdón, señora. Porque a la ida yo estaba muy bien y escuchaba a Pablo y le entendía todo sobre una tal Lucía, aquí en Colán. Pero al regreso como que empecé a oír doble la misma historia de la misma Lucía y sí, fue el aire que me agarró y había una Cielo en Lima y otra aquí y eso sí ya no sólo es ver sino oír doble y entonces decidí traerle a Pablo y ya me voy a acostar, perdonen, ustedes, señores.

Uno de los primos de Pablo, quien también andaba medio mamado esa noche soltó la carcajada, mientras el borrachito se alejaba dificultosamente por la arena. Todos se fueron a acostar. La Carta que el Señor Torres había traído desde Piura se la daría mañana, cuando se despierte y se despeje un poco, si es que logra despertarse a alguna hora de la mañana. A escondidas de la familia, la prima Lara se introdujo en el cuarto de Pablo y dejó un vaso y una jarra con agua sobre la mesita de noche.

Alguien había metido la carta por debajo de la puerta, Pablo ni bien abrió un ojo la tomó, mientras combatía con sus naúseas y un fuerte dolor de cabeza post Paita; tenía muchísima sed y parecía que aquel ron traicionero se le estaba saliendo por los ojos.

Lo conmovió ver la letra de Cielo en el sobre y se aferró a la ilusión de que aquella carta, al cabo de largas semanas de silencio, era una alegre respuesta a todas las que telepática y pormenorizadamente había logrado escribirle por fin anoche.
Nunca se equivocó tanto en su vida